top of page

Sobre la muerte de Sinéad O'Connor y los dichos de Steven Patrick Morrissey


Cuando a mediados de los cincuenta el rock and roll comenzó a imponer su sonido entre la juventud, los sectores conservadores estadounidenses reaccionaron con escándalo, prohibiendo sus canciones en las principales radios, organizando quemas masivas de discos e incluso clausurando – policía mediante – cualquier fiesta masiva donde pudieran coincidir negros y blancos. Muchos países siguieron su ejemplo, como ocurrió durante la visita de Bill Haley a Chile en 1960 y su presentación en radio Portales, donde los carabineros velaron porque la sala no se convirtiese en un salón de baile.


Pero mientras la censura insistía en sepultar una expresión que consideraban decadente e incitaba a la rebeldía – con el senado de Estados Unidos condenando a los disc-jockeys por supuestos “negocios turbios” - la industria vio como siempre una forma de ahogarlo y además obtener ganancias. Tras sacar de escena a la primera oleada rockanrollera (Elvis y los Everly Brothers en el ejército; Chuck Berry procesado; Jerry Lee Lewis desprestigiado por su matrimonio y Little Richard renegando de su música), tal declive es aprovechado por el presentador Dick Clark, cuyo programa American Bandstand catapultó una generación de baladistas prefabricados; moldeados por letristas, compositores y asesores de imagen, Pat Boone, Frankie Avalon, Fabian y varios otros fueron una propuesta complaciente e inofensiva, dirigida a una clase media que los aplaudió en desmedro de los detestables rockeros sureños y sus perturbadoras canciones.


La industria transforma cualquier rebeldía en negocio y con el rock no fue distinto. Representantes, productores, arreglistas y empresarios tejen un tramado que explota al músico mientras produzca dividendos, para luego desecharlo en favor del siguiente suceso. Ahí esta Badfinger, promisoria banda que fue estafada por su mánager Stan Polley provocando el suicidio del guitarrista Pete Ham en 1975; o también Black Sabbath, a quienes Jet Records exprimió financieramente en su mejor etapa. Si citamos los casos de la Nueva Ola Chilena o el compositor Nino García, a estas sucias prácticas – pero jamás ilegales – se agrega la negra espina del olvido, removida brevemente cuando la muerte convoca a los últimos fieles y a un negocio musical que con descaro “lamenta” esa pérdida, subrayando su contribución al medio en un acto tan culposo como hipócrita.

Así, las críticas lanzadas desde su blog por Steven Patrick Morrissey contra la industria que llora a la recién fallecida Sinéad O’Connor distan de ser otro ejercicio suyo ególatra e autoindulgente. La intérprete no escondió su opinión hacia temas incómodos como la guerra, el abuso infantil o la religión organizada y el mancuniano acierta al señalar que "hay cierto odio en la industria musical hacia los cantantes que no encajan". Muy cierto: Donde el sistema dio a las minorías raciales una alternativa a los deportes profesionales para escalar socialmente, también les insistió en declarar “ser artistas, no políticos”, como instruyeron a The Jackson Five respecto al tema Vietnam .


"Su discográfica la abandonó tras vender 7 millones de discos”, escribió Morrissey. El también vocalista Jani Lane (1964-2011) nunca olvidó cuando la oficina de Columbia Records lucía un cartel gigante de su banda hair metal Warrant y al año fue reemplazado por otro de Alice in Chains. Sólo importan las utilidades, amarga verdad común a otras disciplinas y se transparenta en la nota suicida que Emilio Salgari dejó a sus editores en 1911.


"La alabáis ahora únicamente porque ya es demasiado tarde. No tuvisteis las agallas de apoyarla cuando estaba viva y os buscaba". El negocio musical es ante todo negocio y evadir tamaña verdad es pecar de ingenuo; pero aceptar que un artista o escritor se descarte al perder atractivo comercial bien puede corresponderse con un respetuoso silencio en su hora final, porque estamos hablando de personas. “Valoremos a nuestros artistas mientras estén vivos” rezaba un cartel inserto en los créditos de cierto homenaje póstumo a un cantante nuevaolero; o por lo menos – vista la reacción hacia la muerte de Sinéad O’Connor - evitemos manchar su despedida con lamentos falsos e insultantes.



Santiago, 27 de julio de 2023.


71 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page